La ciudad de París nos ofrece periódicamente alguna que otra reposición inesperada que pone al descubierto joyas pasadas de la cinematografía mundial, algunas olvidadas, algunas mejoradas por el tiempo.
La Filmothèque du quartier Latin (http://www.lafilmotheque.fr/) nos propone estos días Five Easy Pieces, una obra maestra filmada por Bob Rafelson en 1970 y que, por diferentes razones que ahora no abordaremos, se ha convertido en una rareza prácticamente invisible. La posibilidad de disfrutar de esta obra en la gran pantalla y su reposición permanente en este desorientado siglo XXI, nos parece un evento mayor para el año 2012.
Five Easy Pieces es una película claramente vinculada a la década de los años 70, no tanto política o sociológicamente (que también) sino desde un punto de vista esencialmente artístico, cinematográfico en este caso. El film conecta directamente con la mirada pesimista y poco esperanzada de muchos cineastas que, durante la citada década, convinieron en mostrar a un individuo aislado en una sociedad cuyos valores no se corresponden con los suyos, y donde cada vez resulta más difícil encontrarle el sentido a la vida.
Pese a situarse bastante lejos en el contenido y en la forma, al hablar de Five Easy Pieces uno puede fácilmente evocar Easy Rider (Dennis Hopper, 1969), puesto que los directores de ambas películas comparten involuntariamente el mismo punto de partida: ¿qué lugar ocupa la nueva generación en la sociedad? Con Easy Rider, Dennis Hopper nos abre la vía de la contracultura, la libertad del individuo, el movimiento Hippie, el consumo de drogas, etc; en Five Easy Pieces, el protagonista es mucho más estático, hasta el punto de verse bloqueado por una rutina que, pese a que él considera insostenible, no tiene la capacidad o el valor para transgredir.
Robert Dupea (Jack Nicholson), descendiente de una familia burguesa, trabaja temporalmente en un yacimiento de petróleo y vive con Rayette (Karen Black), una camarera inocente y tontita, por la que éste no siente más que una cierta simpatía. Robert ha rechazado toda carrera musical, la verdadera tradición familiar, y ha renunciado al piano, que se identifica en la película como símbolo de continuidad patriarcal, como la herencia del antiguo régimen. Deseoso por abandonar la dinámica, Robert abandona su entorno y se muda para empezar una nueva vida, que se impone, no obstante, como aburrida y exenta de alicientes. Un forzado retorno a casa por la enfermedad del padre y la confrontación entre un pasado acartonado y un futuro incierto, provocaran la nueva fuga, una vuelta a la casilla de salida, posiblemente tan precaria y desesperanzada como la primera vez.
Aunque pueda parecer meramente anecdótico, ambas películas comparten un viaje revelador para sus protagonistas, un road trip que marcara un punto de inflexión en sus vidas. Siendo Easy Rider, seguramente, la road movie por excelencia, nos centraremos en el film de Bob Rafelson y su pequeña escapada -de poco mas de 15 minutos de duración- para reivindicar el papel de la puesta en escena como herramienta de evolución dramática. Durante la escena en cuestión, el realizador cede la palabra a una autoestopista que Robert y Rayette han recogido en la carretera, camino de la casa familiar. En su boca pondrá el discurso más reivindicativo, la verborrea rebelde de quien harto de una sociedad “sucia y asquerosa” acaba entrando en una dinámica a contracorriente de todo, anarquista, asocial, antitodo. El parlamento de este personaje, tan irracional como inolvidable, es uno de los mejores textos cinematográficos jamás escritos en el cine norteamericano de los años 70. Secuencias como la de la bolera o el atasco en la autopista se han convertido también en iconos fílmicos universales.
Una película como Five Easy Pieces, muy condicionada teóricamente por las circunstancias socioeconómicas de su década, ha aguantado con pie firme el paso del tiempo, hasta el punto que su papel en la actualidad puede resultar más contemporáneo a nuestro tiempo que el de la amplia mayoría de producciones recientes.